En este día tan emblemático, recordamos el libro «LA FIESTA», un extenso trabajo de Schommer sobre Sanfermin. Schommer confesó que se sentía un “sanferminero” más que amaba e interpretaba San Fermín a su estilo.
Os dejamos el prólogo del Recordatorio del libro, junto con una selección de imágenes:
Suena el despertador lejos, como si fuese en otra habitación… y mientras lo piensas, el ruido está dentro de la cabeza, impertinente. Es mejor ignorarlo pero no hay forma, y te das cuenta con urgencia, que me esperan en media hora. ¡No es posible! Si me acaban de dejar, si acabo de acostarme, y no podré ni mirar, ni hablar.
Tomo el café casi sin poder tragarlo y deprisa salgo a la fresca brisa de las siete de la mañana, espabilándome sobre la marcha. Te vas intro duciendo en el ruido, en el sordo murmullo, entre la gente, que marcha deprisa. Y siempre piensas: “Y a esta hora tanta gente, como en vigilia, como ausentes, mirando en sus sueños, esta realidad, casi irreal que vi ven”… Apretados, ansiosos, trepan a la valla o buscan un hueco entre las barras. Por el centro, en el camino de la carrera, como si fuese una esce na de sueño, de ballet, andan, paseando, mirando, quietos, como en sutil o profunda reflexión por su atrevimiento; una masa joven de corredores dispuesta a la aventura que se han impuesto, como imprescindible ejerci cio para vivir más verdad, más intensa la fiesta… porque es el único acto que requiere una voluntad; es lo único que en la fiesta requiere una férrea actitud de ir a pisar el pasillo por donde pasan los toros… y hacer lo que se pueda… el resto del día se vive con la máxima libertad personal. Y sa len como una avalancha, como si se desbordase un río, como la marea comprimida pasando espumeante entre dos rocas… y corren, corren, bus cando el auxilio angustioso de la salida, cualquier salida o el final de la plaza. Y se acerca como ruido de lejana tormenta un bramido sordo de pe zuñas golpeando el suelo, ruido de estampida; una estampida negra, co mo sombras con cuernos que se acerca y se acerca y pasa como un relámpago flanqueada de estilizadas figuras que rozan el toro, incluso aca rician la testuz, los acompañan un rato, y los dejan pasar.
El sol entra en la plaza como sin permiso, por arriba, mirón. Y la pla za abarrotada, juega al toro. Luego se vacía. Se queda sola, en su larga espera de la mañana. Y nosotros nos vamos de las vallas, excitados to davía por la rápida visión entre sueño y realidad, sin saber muy bien los detalles. Con esa pasividad del espectador, pero intuyendo la tensión, la emoción de la carrera… el peligro, el juego, el toreo. Pero no hay más tiempo de reflexión; el chocolate con churros espera y ya casi los hueles. A tu alrededor grupos marchan, otros comienzan a bailar, en cadena, al compás de una orquesta de casino.
Un momento de paz, de reposo, que se agradece. El sol comienza a calentar y entre cabezadas, murmullos, tintineo de tazas, los habituales nos remansamos en la Plaza del Castillo. Yo definitivamente me despierto al ver delante de mí un típico norteamericano con su Stenton, fumándose un puro. Hago una entrañable foto recordando viejos tiempos. Con aten ción, vigilante, miro a mi alrededor. Es la hora de contemplar cómo el sol penetra como pidiendo permiso en la plaza, en los cafés, es como si se hu biese marchado de la plaza de toros para buscarnos aquí… el sol se va ini ciando en la fiesta, es parte importante.
En el quiosko y su alrededor duermen muchos extranjeros, que en una noche han aprendido un nuevo ritmo de vivir un acontecimiento. La estética del sueño, sus actitudes pasivas, hay que reflejarlas para que des pués den la medida del trepidante ritmo y de la vigilia. Yo mismo vuelvo, después de recorrer las calles, entre niños y gigantes y cabezudos; bandas de música, ristras de ajos y parejas que se quieren, al café de la mañana y entre sorbo y sorbo de una cerveza, voy cabe- ceando acompañado por el compañero sol. Me avisan que despierte, que luego es peor. Un bombo con ritmo desabrido se va acercando y busco al intruso… pero no es Juan Carlos, de nuestra cuadrilla de los Arrapasaris que salía por las Fiestas de la Blanca, ni el del txistu es José Mari… estos son otros tiempos, me lo di go, aunque parece lo de siempre. ¡¡Estamos de acuerdo, la Fiesta es la Fiesta!! La charanga, la música, el ruido, gritos y cantos que se combinan en una especial sensación de tiempo sin tiempo; los cuerpos casi todos de blanco y de extranjeros como jóvenes Hemingways que se emborrachan del alcohol ambiental.
Una comida como descanso del guerrero, acompañado siempre de Ja vier el gran conocedor de la fiesta y cuya familia, incluida su madre, son aristocracia en los Sanfermines. No hay siesta, no debe pasarse la vela… la siesta son solo pequeños segundos, acaso minutos de “cabeceo” con dulce murmullo lejano y siempre una voz atenta… “no te duermas…”.
Antes de la corrida, como por la mañana es otro de los momentos pa ra recordar: ¿Quiénes torean? ¡Ni se sabe! Si hay toros, que sí los hay, abrá toreros, y sol, y marcha, y nos olvidaremos del mundo. ¡Pero qué son los toros en los San Fermines para las cuadrillas del seis, sino olvidarse hasta de la vida: Es más, es sublimarse al nivel de comunicación supra- internet, sensualidad y humanidad un cúmulo de vivencias; desde la en trada en el tendido rodeados de rumor de “coliseo romano”, con temperatura y clima casi materializado, que sube y te envuelve: aquí pue de olvidarse la soledad, incluso la tristeza.
Recuerdo el momento que se aproxima, sentado en el bar emblemá tico de los “figura” del seis, cargados de cazuelas, botellas y mayordo mos… que si no se ven, existen, dejarse llevar por el ambiente, sentirlo en la piel, dejando libre la imaginación, porque aquí sobra: ¡Vamos Alberto! y te llevan, vas, pero sientes que te llevan, casi ingrávido, salvo el pel mazo peso de las máquinas. La ida a los toros, haciendo fotografías por “simpatía” casi automáticamente; viviéndolo como algo tuyo, porque lo de los demás se hace propiedad de uno: la canción, el clarinete, la pancarta, el calor, las cazuelas, menos… la chavalita rubia que te grita; todo se ha ce personal y te llevan y entras como invitado por la puerta grande y no sales al ruedo de chiripa…
El seis está caldeándose, y te gritan, y te saludan y de entrada para refrescarte, recibes un sifonazo y seguidamente eres regado con cava y luego sin nadie proponérselo surge la lluvia de talco.
Irreconocible voy haciéndome conocible a base de un gorro que me colocan y toallitas por los hombros y otras para tapar las cámaras que es toy limpiando apresurado. De los toros casi no te acuerdas… la corrida se gún lees al día siguiente, no valió nada. Pero las cigalas pasaban delante de mi objetivo, y la broma, y los saltos y danzas, y la luz que se cubría con calima de puros y respiraciones de placer. Cuando bajas al ruedo ya estás consagrado y te llevan como bajo palios, cubierto por pancartas. En un bar como puesto de socorro, recalan y te presentan al Cali, a Porretas, Pepe y alguno más que son los amos. Ya quisiera poder llevar su porte, su ropa, su desaguiso cultural-festivo. Empieza la vuelta entre saltos, empujones, cantos, bota que pasa, saludos y fotografías. Hay momentos en que no sé si soy fotógrafo o fotografiado; mi aspecto no es muy respetable que se diga y debo provocar inspiraciones artísticas. Javier más comedido y vigilante me dirige. Hubiese bebido del embudo pero no me dejó… por peli grar las máquinas. Es un buen chico y yo, ya bastante gamberro, me “iría” al monte. ¡Que no se diga! Hay que terminar en un bar tranquilo, bueno, como si dijésemos, y charlamos con unas inglesas bebidas, pero majas. Y unos de Vitoria se acercan a saludarme y…. todo es magnífico.
Las fotografías se hacen solas, yo casi no hago nada. Y la luz va sua vizándose y el atardecer nos envuelve y te hace sentirte bien: como des pués de la aventura, como deben encontrarse los toreros.
La fiesta se vive los nueve días intensamente sin apenas descansar como un torbellino. No es el alcohol el que te mantiene, tú eres el sopor te el que mantienes el alcohol, que por otro lado ya se ha reciclado en bie nestar, marcha, es decir, en alegría. ¡La Fiesta! Hay que vivirla, porque si la miras, es como una teleserie de la televisión, que pasa… y luego, qué. La fiesta es además el recuerdo de la Fiesta que viene el próximo año y el “pobre de mí” es un ligero engaño, porque en realidad todos saben que se está preparando el nuevo San Fermín.
Y llega la noche sin saber que ha llegado y cenas a gusto, recreán dote en la suerte, saboreando cada plato, gozándolo como si fuera la pri mera cena. Y se hacen planes, tan sencillos, y vas por las calles como paseando, tropezándote con desconocidos que te saludan… y chicas que te jalean y te sientes en casa, pero como si la casa fuese una fiesta.
Pamplona es una fiesta cada minuto y por eso no puede desaprove charse el tiempo. Cuando un borracho se baja los pantalones y te enseña el culo, rápidamente le haces una foto; lo mismo a las niñas que lo están viendo… y les dices a éllas, que no es un culo que es una flor. Lo haces porque todo debe ser bello, y lo cutre pasa por la vicaría y se purifica.
Y claro, llegan las tres de la mañana, y uno que ya ve doble por lo de la fotografía, empieza a verlo todo cuádruple… y es peligroso, cariño samente peligroso. Javier y yo decidimos retirarnos, cuando en ciertos am bientes empieza una renovada fiesta. Despacio, como sin demostrarlo, nos deslizamos contra corriente hasta su casa él y yo al hotel. Miro el panta lón que era blanco y la camisa y sonrío; y el pañuelo y la faja, como en viejos tiempos. Y antes de tumbarme oigo lejano el bombo que hoy ya me anuncia otro día lleno de alegría, libertad sin compromiso… salvo divertirse.